lunes, 23 de octubre de 2023

Le Monte-Charge (El montacargas) -Final-


 
Robert, que ha seguido con inquieta mirada la marcha de Martha y su nuevo acompañante, Adolphe Ferry, decide volver a la tipografía a esperar el regreso de ambos. Y tras refugiarse del frío nocturno en una acristalada parada de autobús, se adormece. El silbido de un tren lo despierta. Martha y Adolphe acaban de volver, sonrientes y algo bebidos: “Son las 4 de la mañana”, exclama Ferry, e insiste luego en abrazar a Martha, que lo rechaza: No, por favor... Pero, si quiere, puede subir a tomar otra copa...” Adolphe se muestra complacido y ríe: “Buena idea... la añadiremos al champagne... Espere, voy a cerrar el coche... el contacto, todo... Ya está cerrada” Mientras Martha abre el portón de la “TIPOGRAPHIE-HELIOGRAVURE- DRAVI FILS” y Adolphe entra tras ella, Robert corre en la oscuridad y se cuela tras ellos en el almacén, cuya puerta ha quedado abierta. Se oye la voz cantarina de Adolphe: Su idea de tomar otra copa me parece estupenda, porque sin champagne a cualquier hora no hay réveillon... Qué oscuro está todo esto” Martha ríe complacida. “Por favor, Madame, si me concede el honor” Toman el montacargas entre risas, bajo la vigilante ansiedad de Robert que se oculta en la oscuridad de las escaleras, que va remontando lentamente, al mismo tiempo que se eleva el montacargas. Se oyen de nuevo las risas y los pasos de Martha y de Adolphe, y cuando ella abre el apartamento, suena su voz asustada: ¡Jerome! ¿Estás ahí?”... El misterio del suicidio vuelve a repetirse. Martha lanza un grito, y Robert, tan ansioso como tenso, sigue subiendo hasta la entrada del apartamento. Suena la preocupada voz de Adolphe: Ferry“No toque nada. ¿Es su marido?”... Ferry ha tomado el teléfono: “Por favor, por favor... ¡Demonios, pónganse!... ¿Es la policía? ¡Hay un muerto! ¡Sí, un muerto! ¡Ah, sí, la dirección: Impasse des Glycines... Courbevoie... Madame Martha..". (Robert atento a cuanto está oyendo, no puede esconder su asombro ante la escena del suicidio que ha vuelto a reproducirse, pero comprende que debe ocultarse ante la inminente llegada de la policía. Sigue resonando en el silencio del almacén la voz de Adolphe hablando con la policía, mientras Martha se mantiene completamente callada. “Por favor, Madame Martha, ¿cuál es el número de aquí?Y tras un susurro de ella: “Sí, gracias... 7 bis, Impasse des Glycines, Courbevoie" (repite Ferry la dirección) "¿Cómo? ¡Ah, sí!... Un suicidio al parecer... Bien, bien..." (Adolphe se dirige a  Martha) "Tenemos suerte. Tienen un coche a punto. Estarán aquí en seguida" .La puerta del apartamento se halla de par en par, y Robert ojea un instante desde el exterior. El cadáver de Jerome en efecto se halla de nuevo sobre el sofá del salón con el árbol navideño. Y Robert, por un instante, observa casi hipnotizado que el gorrioncillo de adorno no se encuentra en la rama del mismo. Mientras tanto, Adolphe confirma a Martha, que muestra su rostro demudado: “No se preocupe, estarán aquí en un minuto”. Robertdespavorido, baja al piso inferior en busca de algún refugio. Ha de obrar con rapidez si no quiere ser descubierto por la policía. Trata de huir del almacén, pero suena en el exterior la sirena de los gendarmes. Vuelve a recorrer las escaleras en busca de un escondite. Resuena la voz del inspector de policía: “Pongan un guardián en la puerta”
Robert, finalmente, se encuentra ante una puerta y la fuerza, ocultándose en la oscuridad más absoluta. Los policías tratan inútilmente de hallar el conmutador de la luz: “¿Tienen linternas?”, inquiere el inspector, y vuelve a sonar la voz de Adolphe Ferry: “Madame Dravet, no lo mire así”... Robert siente una especie de culpable intimidad, oculto en una estancia a oscuras, observando luces desde la rendija que ofrece la puerta cerrada, y hasa la que le llegan perfectamente todos los sonidos y voces de cuanto está sucediendo en el apartamento del suicida... Todo resulta incomprensible... Las voces, finalmente, se alejan en dirección a la calle. Su última oportunidad de escapatoria llegará cuando se haga el silencio total. Su desesperación va en aumento. El último clamor desaparece con la marcha de la policía y de Adolphe Ferry. Imagina de nuevo el apurado trance de Martha una vez el cadáver de su marido ha sido transportado a la morgue. Observa su reloj que marca las seis de la madrugada. Se levanta en la oscuridad y observa las luces de la calle. Cree oír sus pasos impacientes. De repente, se ilumina la estancia donde Robert se halla oculto. un salón idéntico al anterior donde se hallaba el suicida. Martha aparece frente a él y adopta una expresión aterrorizada. Robert, presa de nerviosa excitación, no habla...  El gorrioncillo vuelve a estar en el árbol navideño. Debe, ante todo, averiguar qué ha sucedido y cómo ha ocurrido.

A partir de aquel momento surgirán nuevas confidencias, y Martha, ayudada por Robert, encaminará todos sus actos a despojarse del aspecto más terrible y culpabilizador de cuanto allí en verdad ha ocurrido: el asesinato premeditado por parte de Martha del adúltero Jerome Dravet, padrastro de la pequeña Nicole a la que su marido odiaba y maltrataba, según confiesa Martha. Hay que destruir el segundo apartamento amueblado, haciéndolo desaparecer por medio del fuego en el crematorio del sótano de la TIPOGRAFÍA. Y una vez sobrepasado el vértigo del peligro, cuando Robert vuelve a su domiclio, ya avanzada la mañana, una inesperada llamada telefónica de Adolphe Ferry a Madame Dravet. Ferry explica a Martha que su billetera cayó probablemente en el sofá del apartamento, aunque ocultada a propósito para tener una excusa con la que poder volver a ver a Martha, quien, creyendo que pertenecía a Robert, la había guardado en su chaqueta. Es necesario correr hacia su piso y recuperar la billetera. Robert Herbin,  ha recibido una visita inesperada del inspector de policía, ya que se halla en libertad condicional y pretende relacionarlo con el suicidio de Jerome Dravet. Y cuando recoge de su chaqueta sus documentos aparece la billetera de Adolphe Ferry: "¿Ahora te llamas Ferry?", ironiza el inspector.
 
Robert exclama que la billetera no le pertenece ni conoce al tal Ferry. En aquel instante suena el timbre del piso, y Martha Dravet aparece desesperada: "¡Robert, la billetera de Ferry!..." El inspector de policía, con semejante descubrimiento que relaciona a Martha y Robert Herbin, expresidiario, con la muerte de Jerome Dravet, arrastrará a ambos hacia la fuerza inalterable de un azar condenatorio tan paradójico como paroxístico.
 

Espíritus torturados entre penumbras nocturnas y un realismo urbano afincado en las calles de la zona residencial parisina de Asniéres. Retablo desolador de dos personajes atrapados por una desgarrada identificación de soledad que ofrendan, pese a todo, entre "dramáticos golpes de efecto", un explícito y descarado alegato del instinto de conservación humano. A través del marco opresivo que la noche genera, se alternan escenas íntimas y populares en los bares y en las calles navideñas. París, siempre antológica, abre de nuevo al público su misteriosa y atractiva profundidad como ciudad protagonista  de suspense y reverencia hacia la aventura. Marcel Bluwal aprovecha las mejores lecciones del cine negro policíaco y del academicismo francés de  algunos de sus mejores directores, como Carné, Allegret o Duvivier. No es novedad, pues, que el Destino, opresivo y angustioso, se halle presente y que logre penetrar en la realidad de sus personajes. Impecables interpretaciones de Robert Hossein, rostro atormentado que parece expresar en todo momento el viejo interrogante de los filósofos sobre "el significado de la realidad y la realidad de las apariencias", y de Lea Massari, de hermoso rostro asimétrico, turbador que también emulando a Homero "actúa, ama, odia y sufre por fuerzas, mitos morales, y argumentos mínimos de la verdad" con los que, no sólo el hombre, sino también la mujer, se ven apresados por el drama de la alienación, y tratan de huir de su tremenda soledad a través de la siempre arriesgada aventura del crimen o del suicidio. Con este curioso e inestable duo erótico se ofrece al juicio crítico y a la reflexión del público un auténtico manifiesto en imágenes de una pirueta diabólica que consigue épater al espectador amparándose no tan sólo en el signo de la "nouvelle vague" francesa sino también en los oscuros patrones del "thriller" norteamericano. ¡Un universo ilógico, irresponsable y cruel, entre imágenes inolvidables de gran talento cinematográfico, altamente apetecible!  
 
 

El virtuosismo musical del gran Georges Delerue ilustra con un "sound-track" bellísimo, tierno e inteligente el matiz intimista y sin estridencias que enmarca cada uno de los momentos mas expresivos de esta gran intriga clásica en que se erige "Le Monte-Charge"