miércoles, 28 de abril de 2021

Morte di un amico (Muerte de un amigo)

Sin llegar a convertirse en un film mítico del buen hacer italiano, pese a ello "Morte di un amico" de 1959 posee un cierto hálito post neorrealista vivo, recomendable y decisivo para el momento en que se llevó a la pantalla, y ahora, para las generaciones que le han sucedido. Inexplicablemente, se convirtió casi en un film enemigo al subrayar  las, para muchos críticos, abismales diferencias con las conmovedoras visiones de cuantas magnificencias nos ofreciera el auténtico neorrealismo de la década anterior y gran parte de los inicios del 50. Pero los esfuerzos de su director, el recién llegado Franco Rossi, cuyos primeros pasos se iniciaron en el teatro, no desentonaron en absoluto al dar el salto a la gran cinematografía italiana.


                     [Nacido en Florencia, el 19 de abril de 1919-Fallecido en Roma el 5 de junio de 2000]
 
Estudió leyes. Pero jamás ejerció, pasando de inmediato al cine como ayudante de los renombrados Mario Camerini y Renato Castellani, entre otros. En uno de sus primeros films importantes, "Il seduttore", 1954, contó ya con el concurso de Alberto Sordi. Siguieron. "Amici per la pelle", también de 1955 y coproducida con Francia, con los jovencísimos Gerónimo Meynier y Andrea Sciré; película que optó como "Best Film" al "10th British Academy Film Awards". Y entre otras muchas "Calypso" y "Amore a prima vista", ambas de 1958.



"Morte di un amico", 1959, "Alta infedeltà", 1964, comedia de sketchs, con Mario Monicelli, Elio Petri y Luciano Salce. Rossi se encargaría de "Scandaloso" con Nino Manfredi y Fulvia Franco, "Le bambole", 1965, con nuevos segmentos breves, dirigidas por Mauro Bolognini, Luigi Comencini y Dino Risi. Rossi dirigió "La minestra" ("La sopa") con Monica Vitti y "Monsignor Cupid", con Gina Lollobrigida y Jean Sorel. "Una rossa per tutti", 1967, con Claudia Cardinale y Nino Manfredi



"Le Streghe" ("Las brujas"),1967, cinco segmentos dirigidos por Luchino Visconti, Pier Paolo Pasolini, Mauro Bolognini y Vittorio de Sica. La película estuvo producida por Dino de Laurentiis y todos los sketchs fueron interpretados por su esposa, una magnífica Silvana Mangano. Rossi dirigió uno de los mejores "La siciliana"




En 1968 rueda una miniserie en  ocho episodios para la Televisión (RAI Italiana) "L'Odissea" con un elenco integrado por actores y actrices yugoeslavos, alemanes, franceses y griegos: Bekim Fehmiu (actor famoso por aquel entonces en films de aventuras, hoy olvidado) como Odiseo, Irene Papas como Penélope, Samson Burke como Polifemo, el CíclopeBárbara Nash como Nausicaa, Renaud Verley como TelémacoGérard Herter como Laocoonte, Scila Gabel como Helena,Kyra Bester como Calipso, Fausto Tozzi como Menelao, Marina Berti como Arete, esposa de Alcinoo-Roy Purcell, y madre de Nausicaa, entre un reparto extensísimo. Muchos críticos consideraron que la serie de Rossi fue una representación magistral del mundo de la mitotlogía griega.
 





Fue un director capaz de rematar ese neorrealismo tardío de aquella Italia deprimida, amarga, plena de jóvenes rebeldes "con causa" o "sin causa", vagos, perdedores, barriobajeros, jugadores, atracadores, chulos, y muchos de ellos ansiosos por regenerarse, hallando finales tan amargos como el de esta hermosa película. Rossi conocía bien la realidad europea, que aún arrastraba las secuelas de la posguerra. No nos hará la jugarreta de engañarnos.


Spiros Focás (había obtenido un pequeño papel en "Rocco e i suoi fratelli" y también en "Diciottenni al sole", 1962, de Camillo Mastrocinque) Gianni Garko (que más tarde acabaría especializándose en multitud de spaghetti westerns: "Si te encuentrascon Sartana... ruega por tu muerte", 1968, de Gianfranco Parolini), aquí jóvenes, desconocidos, y magníficos actores.
 

 
 
 
 
 
 
 
 

Ambos asumen una especie de nuevo impacto neorrealista de orden personal que entre excitantes vacilaciones, les abocaran a su encuentro final con la muerte. Toda la película sigue midiendo su gran virtud naturalista a partir de los magníficos modelos de sus grandes predecesoras, de aquel celuloide marcado por la espiral amarga que dejó tras de sí la II Guerra Mudial. Así nos atrapa la persistente sensación física de una realidad que queda plasmada en los pliegues de la conciencia de sus protagonistas entre el medio hostil y deprimido de una época atrapada entre los dominios de la banalidad sentimental frente a la lucha de los temperamentos adocenados en su batalla diaria por la subsistencia.
 



 
 
 
 
 

Es un film melancólico, caracterizado por cierta pasión destructiva, que nos acongoja, porque, como se ha dicho,  retrata un tiempo desalentado, la mayor parte improvisado en plena calle. Un tiempo que, aunque así lo creamos, no ha cambiado demasiado. Quizás el escenario, mucho más tecnológico; pero más allá de ese proscenio moderno del hoy por hoy, con sus ordenadores y teléfonos móviles, el desánimo y el "desaliño", cuando no la cultura, andan todavía dando tumbos entre la juventud.
 






 

 
 
 
 
 
 
 
 

Franco Rossi se vale de un argumento desgarrador para encarar a sus dos actores jóvenes en una pugna de propósitos tan amorales como descorazonadores. Asumiendo que ambos protagonistas viven enfrentados a causas perdidas de antemano y tan angustiosas que habrán de llevarles (y llevar a los espectadores) hasta uno de los finales más sensibles y tortuosos pero necesarios si revisamos los realizados en aquellos hermosos años de cine europeo que nos acercaban hasta inolvidables éxtasis de escalofriante naturalismo. Rossi es capaz de establecer hasta un discurso ideológico bien que sometiendo a sus dos protagonistas masculinos, sin dejar al margen a las mujeres que los acompañan, a un controlado acto (cinematográficamente hablando) de degradación, camino de la catástrofe. En "Morte di un amico" no asistimos a un característico "road movie" con sabor hollywoodense, porque Rossi intenta recuperar terreno con estas nuevas y sutiles sugerencias neorrealistas. 


Y de nuevo lo mejor y lo peor de cuantas paradojas nos depara la vida se recicla aquí en una reflexión cinematográfica emocionante. Derivado en parte del crudo realismo de ciertas películas sobre las ciudades romanas y la prostitución, pero redimido por una moral íntima y por un deseo acentuado y consciente de hacer un balance de los problemas candentes de la sociedad contemporánea, no desdeña indicar soluciones decididamente positivas, sin temor a ser acusado de retórica; con un estilo que se endurece y se vuelve áspero al contacto con un material examinado con ojo objetivo, aunque la mayoría de las veces lastimero.
 
 
 

 
 
Asistimos a la amistad entre Bruno (Spiros Focás) y Aldo (Gianni Garko) amigos desde la infancia en uno de los barrios deprimidos de Roma.  
 
 
 
 
Bruno es un proxeneta que tiene una amante enferma y embarazada de él, Franca (Angela Luce) que lo mantiene gracias a que ejerce la prostitución. Pese a todo, Bruno que no ama a Franca, sigue entregado a una vida de delicuencia y vagancia, y Aldo, aunque deseoso de cambiar de vida, lo sigue siempre. 
 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
Sus relaciones con las mujeres que frecuentan, -prostitutas-, son siempre contradictorias y perjudiciales. Cuando una de ellas, Lea (Didi Perego) se enamora de Aldo, exige de él una fidelidad imposible. Su apasionamiento por el joven, convierte a Lea en una obsesiva amante que no se halla dispuesta a desaparecer de su vida.  
 

 


 

Aldo habla de su nueva relación con Lea, y Bruno comenta su trato con las prostitutas de forma desenfadada y oportunista, que les ayuda a mantener una situación desahogada gracias a ellas. Y de como éstas venden su amor a posibles clientes de la prostitución, y luego con ese dinero les compran a ellos dos su falso amor. Bruno añade: "esta sería la justicia social que merecemos"
 
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Aldo desea entregar en casa parte del dinero que obtiene de Lea. Y su hermano menor, asombrado, le pregunta que de dónde saca tanto dinero: "¿Trabajas?", a lo que Aldo responde: "Hoy, con el trabajo no se va muy lejos". Pese a todo, Aldo ama el ambiente familiar, aunque por sus actos esté enrarecido, e insiste en entregar dinero para cubrir muchas de las necesidades que padecen su madre y sus hermanos; y que, por medio del pequeño, su madre lo acepte. Pero ella lo rechaza considerándolo como dinero sucio porque  desconoce su procedencia, y no confía en la honestidad de su hijo: "¡No te pongas dramático! Y no grites tanto", le reprocha su madre. Pero Aldo, para contentarla miente diciéndole que ha vendido un coche a un amigo. "Y he cobrado una comisión" Pero su madre, terriblemente preocupada, no acaba de creerle.


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 



 
 
 
 

 
 
 
 
 
 
En un día de playa, acuden las dos parejas y el pequeño de Lea al que mantiene alejado de ella en un colegio de monjas por el que paga 10.000 liras al mes. Franca confiesa que se va a marchar de Roma a su pueblo para tener la criatura, y Lea le ofrece ayuda monetaria. Los dos amigos juegan con el niño, y Lea acaba enfureciéndose temerosa de que acaben haciéndole daño, anteponiendo a las bromas su amor de madre, e insulta a Bruno llamándole "¡Desgraciado!" Luego confiesa a su amiga que no sabe cómo lo puede aguantar, mientras consuela a su pequeño. Franca, que por su delicado estado de salud, lleva muy mal su embarazo, sufre un desvanecimiento. Y Bruno, sin preocuparse en absoluto de Franca, achaca todo ello a su manía por querer tener un hijo que él no desea: "Ella ha querido tener al niño. Así aprende y otra vez me hará caso"





 
 

 
 
 
 
 
Franca se marcha de Roma para asisitr a un hospital de su pueblo donde tener a su hijo como le había comentado a Lea. Bruno bromea con la despedida. Poco después le llegará la noticia de que Franca ha perdido a la criatura y debido a su mala salud, acaba falleciendo. 

 

 
 
 
 
 
 
 
 
Los dos amigos y Lea acuden a su inhumación, aunque Bruno, frío y distante, es incapaz de mostrar sentimiento alguno de pesar por la pobre prostituta que lo ha estado manteniendo. Aldo le recrimina su actitud: "Menos mal que ya ni te ve ni te oye"... Y Bruno se excusa: "Sólo lloré cuando murió mi madre. ¿Qué quieres que te diga?"... "Ni siquiera te despides de ella. Se ha ido sin molestar a nadie. ¡Pobrecita!"... "Le dije que no se moviera de Roma"... "Por algo quería volver aquí"... "Al menos ya no sufrirá"... "Está bien, como quieras"..."¡Qué mala suerte! Lo sabía"... "¡Pero Bruno, era tu chica!"...
 


 
 

Aldo empieza a comprender que debe renunciar a la amistad de Bruno y tratar de llevar una vida más regularizada, buscando algún trabajo. Y cuando éste le pide dinero, ahora que con la muerte de Franca se ha quedado sin recursos, le indica que es la última cantidad que le presta. Bruno inquiere cínicamente si es que Lea, que lo mantiene, ha dejado de trabajar. Y Aldo confiesa que ha decidido cambiar de vida y dejar a Lea. Bruno lo considera una locura, ya que, según él, Lea es mejor que un Banco. Bruno le recrimina: "Escúchame bien. ¿Quién te crees que eres? ¿Te crees distinto a mí?"... Y Aldo confiesa con cierto hastío: "No, por desgracia"... Y la amistad entre ambos parece haber llegado a su punto final.
 
 

Aldo  que se integra cada vez más a su vida en casa, empieza a interesarse por una joven vecina del barrio Adriana (Anna Mazzucchelli) muy amiga de su madre y que frecuenta de vez en cuando el departamento. Y ambos inician una relación sentimental. 
 
 
 
 
 

 
 
 
 
 
Bruno, ahora que ha perdido a Franca, se halla en una situación de insolvencia total, y por medio de un delincuente de barrio, De Amicis (Fanfulla-Luigi Visconti-), quien está controlado por la policía, y por ello mismo le propone un robo fácil a Bruno, un asalto que él no puede llevar a cabo. "Vas a ganar tanto dinero que te ahogarás en él, Bruno", le asegura De Amicis. "¿Te apetece?". Bruno contesta que tiene que pensarlo.
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Se trata de atracar a un gerente del Monte de Piedad (Entidad Estatal de Empeños) que todas las noches sale de la empresa con la recaudación del día.  De Amicis lleva a Bruno hasta el lugar por donde suele aparecer el jefe, que es un pobre hombre que siempre acarrea con el dinero, si la fecha coincide en sábado y como los Bancos están cerrados, se lo lleva  a casa, sin protección, a partir de las ocho y media en punto  de la noche, con lo cual atracarle resultará muy fácil. Bruno acepta perpetrar el robo, pero De Amicis insiste en que no podrá hacerlo solo y que necesita la ayuda de un compinche. Y Bruno, naturalmente, piensa en Aldo, al que hace tiempo que no ve.
 


 
 

 
 
 
 
 
Bruno busca a Aldo para proponerle que lo acompañe en el atraco que intenta llevar a cabo, y Lea, ante las constantes ausencias del mismo, que parece rehuirla definivamente, se encara con Bruno cuando éste aparece en moto por sus lugares de prostitución. Y pregunta por Aldo con desesperación, mientras Bruno niega saber dónde está, ya que, de haberlo sabido, no habría aparecido por allí buscándolo. Lea, ahora preocupada, pregunta a su amigo si no le habrá pasado algo a Aldo. Bruno con su habitual frialdad exclama: "¿Y qué quieres que le haya pasado a ése?" Lea le pide que hable con él, porque, siendo su mejor amigo, le hará caso para que vuelva con ella. Pero Bruno aduce que tiene cosas que hacer, y la amargada Lea le pregunta si irá a verle a su casa. Y cuando Bruno le dice que sí, burlándose de ella, exclama: "¡Pero por cosas mías!", Lea grita enloquecida: "¡Espera! ¡Escúchame! ¡Dile que vuelva! ¡Que no sea estúpido! ¡Hazlo por mí que he sido la única amiga de Franca! ¡Bruno! ¡Que soy capaz de todo! ¡Dile que soy capaz d hacer una locura!"
 

 
 
 
 
 


 
 
 
 
Mario va en busca de Aldo, y le explica que, en recuerdo de que siempre han sido buenos amigos, le propone un buen negocio. Aldo le pregunta de qué se trata. "De dinero, y mucho", Aldo razona y responde: "Bruno, conmigo no cuentes", temiendo que las consecuencias de ese negocio pueden resultar negativas y por supuesto peligrosas. Bruno trata de convencerlo diciéndoles que si dan ese golpe Aldo ya no necesitará más la ayuda monetaria de Lea. Pero Aldo asegura que ha terminado con ella y que no la ha vuelto a ver. De todas formas Bruno le advierte contra Lea: "Pero ten cuidado, esa clase de mujeres, no razona"
 
 
 
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Pero Lea ya se ha decidido a acudir al barrio de Aldo, dispuesta a recuperar a  su amante y mantenido. Y se  presenta una noche ante el vecindario para desacreditarlo delante de todo el mundo. Y de Adriana y sus amigos; tildándolo de proxeneta al que ha estado manteniendo durante muchos meses, y que ahora la ha abandonado cobardemente: "¡No te basta explotador! ¡Todo el tiempo que me has explotado! ¡Explotador!", grita Lea para que la oiga todo el vecindario... "¡Quiero que sepáis todos quien es este canalla! ¡Cuando me cogía el dinero no se avergonzaba de lo que hacía!"
 
 
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Aldo destrozado por el terrible espectáculo organizado por Lea, se enfrenta a sus vecinos, y humillándose exclama: "¿Es que no habéis visto nunca a un desgraciado?" Y su madre se muestra hundida: "¿Qué has hecho, Alduccio? ¿Qué has hecho?..." Pero Aldo se cree en el deber de explicar a Adriana el porqué de aquel arrebato de locura de su ex amante: "Ha hecho esto porque la he dejado, para siempre. ¿No me crees?" Y cuando su madre le ruega que suba a casa, se decide a encontrarse de nuevo con Bruno, el amigo que entonces necesita.


 
 
 
 
 
 

Aldo, desesperado y abandonado también por Adriana, volverá a inmiscuirse en el acto delictivo que le propone su amigo, con la esperanza de conseguir un dinero que le permita huir del mundo de necesidades en que se ve inmerso. 
 
 
 
 
 
 
 

 

 
 
 
 
 
 
Bruno y Aldo se disponen a llevar a cabo el robo. En el coche esperan la aparición del gerente del Monte de Piedad. Primero aparecen las chicas de la oficina, y luego el jefe, como cada noche, tras el cierre de la Entidad, a las ocho y media en punto, con la cartera de la recaudación del día. Aldo se ofrece para asaltarlo: "Voy yo"... "¿Dónde vas? ¡Ven aquí!", exclama Bruno, pero ante la decisión repentina de Aldo no tiene más remedio que aceptar y aguardarlo en el automóvil. Cuando el empleado llega hasta el portal en oscuridad, Aldo se vuelca sobre él tratando de arrebatarle la cartera del dinero. Pero el gerente atracado que grita "¡Al ladrón! ¡Socorro! ¡Al Ladrón!", se revuelve inesperadamente, portando un revólver con el que hiere a Aldo, su atacante.
 
 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Ambos jóvenes huyen en el coche de Bruno, se pierden en la noche, y llegan hasta las afueras de Roma. Aldo se muestra indispuesto, y Bruno temiéndose lo peor, le pregunta: "¿Qué te pasa? ¿Estás bien?... "Ese... me  ha dado. Será un rasguño. No es grave", responde Aldo sudoroso, al disparo del gerente. Se oyen las sirenas de la policía, los focos se acercan desde la distancia, y Aldo propone tirar la bolsa del dinero. Por un momento, se sienten seguros, pues han perdido de vista los focos de la policía. "Los hemos perdido. Lo hemos conseguido". Llegan hasta unos cañaverales, a orillas del Tiber, muy lejos del centro de urbano. Y Bruno recuerda momentos lejanos de su infancia: "Ahí debajo tienen que estar las barcas de Fasciolo, ¿recuerdas? Cruzamos el río y a ver quién nos coge" Al fondo, se ven las barcas varadas en el río. Bruno que ha llegado hasta ellas, aguarda a Aldo que se retrasa. "¿A qué esperas?", pregunta inquieto. Aldo se desploma. "¡Aldo!, ¿Qué te pasa?" Bruno acude junto a él: "¡Dios mío! ¡Dios mío! Te ha dado de lleno. ¡Aldo! ¡Aldo! ¿Cómo estás? ¿Te duele?"... "No"... "Te llevo al hospital. Sí, te llevo al hospital"... "Nos cogerían en seguida"... "No, no te dejo solo"... "Vamos, déjame"... "¿Crees que podrás llegar a la barca?"... "Sí"... "Entonces vamos" Bruno trata de llevar consigo a Aldo hacia una de las barcas: "Vamos, agárrate bien a mi cuello"... "Creo... que no puedo, Bruno... No puedo"... "Vamos, sé bueno, casi hemos llegado"... "¡Me duele!"... "¡Haz lo que te digo!",  ruega Bruno. "Me duele"... "¡Aldo!"... "Creo que voy a morir" "¡Cómo te vas a morir! ¿Quieres que te traiga un poco de agua? No te muevas, ahora vuelvo"... "Es inútil"... "¿Te hago daño?"..."Es inútil"..."¡Aldo! ¡Alduccio!"... "Es inútil"... "Te llevo al hospital", repite Bruno, sollozante. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 
 
 
 
"Sólo lo siento por mi madre, pobrecita... ¿Me haces un favor?"..."Sí"..."Ya sabes, la chica. Le dices... que ha sido mejor así... Total, ¿para qué vivir?"... "No hables que te cansas"... "¡Bruno!"...  solloza Aldo. "Ahora te meto en el coche, y te llevo al hospital". Bruno mantiene entre sus brazos a Aldo, que  acabará dolorosamente expirando entre la oscuridad frente a la luz de los faros encendidos del automóvil. Bruno cae en tierra llorando desconsoladamente No muy lejos, vuelven a oírse las sirenas de la policía. Mientras Bruno permanece junto a Aldo, destrozado por la muerte de su amigo.
 


 









 
 


[Aida Perego -Didi- nacida en Milán el 14 abril de 1935 – Fallecida en Roma el 28 junio de 1993 de cáncer a la edad de 58 años]
 
 

Su debut tuvo lugar en 1959, en "Morte di un amico" ("Muerte de un amigo") de Franco Rossi, junto a Spiro Focás y Gianni Garko. Su papel de prostituta fue impecablemente diseccionado por la Perego, tratado con el mejor sentido de la lógica romántica más desaforada, pasional y despechada. Nos ofreció así una visión, si no nueva, sí casi insólita, tantas veces privativas de las mejores estrellas del cine italiano. Su aparición nocturna y desafiante en el barrio de su proxeneta Aldo (Gianni Garko) que la ha abandonado, desata fenómenos de histeria colectiva a lo Anna Magnani, y la supremacía fascinante que emana de ella constituye una auténtica revelación, capaz de echar por tierra toda la artificiosidad folletinesca de los peores dramas. Didi Perego, retrocediendo en el tiempo, parecía haberse reafirmado en una extraordinaria calidad de actriz recién llegada y maravillosamente conectada a aquel retardado neorrealismo de Franco Rossi.
 


En 1959,  ganó el premio "Nastro de Argento-Cinta de Plata Italiana" por su interpretación en "Kapò", de Gillo Pontecorvo, con Susan Strasberg, Annabella Besi, Laurent Terzieff, Emmanuelle Riva, Gianni Garko y Paola Pitagora.
 

 

Intervino también en "Tutti a casa" ("Todos a casa"), 1960,  de Luigi Comencini, con Alberto Sordi, Serge Reggiani, Eduardo De Filippo, Martin Balsam, y Carla Gravina.
 
 
 

 
 
 
 
"Quelle joie de vivre" ("Qué alegría vivir"), 1961, de René Clément con Alain Delon y Barbara Lass, y "Nuit de Varennes" ("La noche de Varennes"), 1982, dirigida por Ettore Scola, con Jean-Louis Barrault, Hanna Schygulla, Marcello Mastroianni, Harvey Keitel, Jean-Claude Briali, Adrea Ferréol, Laura Betti y Dora Doll.
 
 
 
A partir de 1960 intervino en más 80 títulos italianos. Algunos de ellos como: "Ultimatum alla vita", de Renato Polselli, con Franca Bettoia y Cristina Gaioni; "Un uomo da bruciare", de Valentino Orsini y los hermanos Paolo y Vittorio Taviani, con el gran Gian Maria Volonté, de  nuevo Spiro Focás y Turi Ferro, ambas de 1962.






 
 


"La Parmigiana", de Antonio Pietrangeli, con Nino Manfredi, Catherine Spaak y Lando Buzzanca; y en Francia "Jusqu'au bout du monde"-"Un filo di speranza"-"Hasta el fin del mundo", 1963, de François Villiers, Pierre Mondy, el pequeño Marietto, y Jean Pierre Moulin.  
 
 
 
 
 


Trabajó con el director norteamericano Sidney Lumet en el psicodrama "La Virtue Reclining"-"La virtù sdraiata", 1969, coprotagonizada por Omar Sharif, Anouk Aimée, Lotte Lenya, Fausto Tozzi y Gigi Proietti. En 1988, participó en la película policial para niños "Operazione Pappagallo", opera prima del director romano Marco Di Tillo, con Antonbio Alloca, Syusy Blady y Nicola Pistoia.  
 
 
 
 
 

Particularmente activa en el doblaje, prestó su voz a Armoire, el vestuario de la película animada de Walt Disney "Beauty and the Beast", 1991.

   
Sus dos últimas apariciones  cinematográficas fueron, en 1991,  "Donne con le Gonne", dirigida e interpretada por Francesco Nuti, además de Carole Bouquet y Gastone Moschin; y en 1992, en la película dirigida y también interpretada por Carlo Verdone "Maledetto il giorno che t'ho inconrato" ("Maldito el día que te conocí"), coprotagonizada por la maravillosa Margherita Buy, Elisabetta Pozzi y Giancarlo Dettori.
 
 


"Morte di un amico" exhala un extraordinario verismo y riqueza de detalles, como gran ejemplo de cine realista. ¡Saboreable, por ello mismo, tan sólo en italiano! Cualquier tipo de doblaje desvirtuaría por completo este inolvidable alegato agridulce, en irrepetible blanco y negro, del gran Rossi y sus comunicativas ideologías sociales.