jueves, 29 de marzo de 2007

Who's Afraid of Virginia Woolf? (¿Quién teme a Virginia Woolf?)


El lema del autor de esta obra teatral, Edward Albee, queda bien patente en todo espectador capaz de resistir las acometidas de estas dos panteras de diferente sexo, en que se convierten ante nuestros atónitos ojos Richard Burton y Elizabeth Taylor. ¿Qué cuál era el lema? Muy sencillo: "Convivir es sufrir" (y si además te aburres, ¡agárrate que vienen curvas!).





                            Convivencia



El mundo femenino, frente al masculino, vuelve a ser servido en bandeja de plata. Aunque el oremus se pierde aquí tanto entre hombres como entre mujeres. "What a dump!", que viene a ser algo así como "¡Qué tugurio!", frase que lanzaba, en 1949, una no menos desmadrada Bette Davis en el menospreciado film de King Vidor "Beyond the Forest"; y modismo este que, en recuerdo de la vieja película, suelta aquí el principal y descomedido personaje femenino, preparando así el terreno de lo que se avecina.

                                                                                  Los invitados


                                                                                Vodevil matrimonial





                                     



                                               "Yo soy la madre Tierra, y todos vosotros sois unos fracasados"

El concierto cinematográfico, por medio de sus enloquecidos enfrentamientos, llega hasta los espectadores como dañinas vibraciones estomacales. Y por ello, el lucimiento interpretativo está igualmente servido cual cóctel de todo tipo de bebidas explosivas. Es esta una historia de tangencial comunidad de campus universitario, que recorre los avernos del enchufismo, de la competitividad, de la decepción, y de la casi siempre inaceptable decadencia a la que, pese a lo que duele, no hay más remedio que plantarle cara.
La obra está cargada de mala "milk", de sarcasmos burlescos,  y con una manía persecutoria por parte de ambos protagonistas, que, como supervivientes del naufragio matrimonial, casi tan tóxico (¡o tópico, que más da!) como un tormento chino, dedicarán parte de su tiempo, o de sus noches, invitados incluidos, a planear su propia autodestrucción.




                                                                         El hijo que nunca nació

 





La hostilidad, una vez desatada, resulta imparable. Una madre frustrada, un hijo inventado al que, ficticiamente, habrá que quitar de en medio por medio de un accidente que nunca tuvo lugar, y cuya desaparición desesperará a su alcoholizada creadora. 
                                                  
                                                  



                                                          
                                    

                                                

"¿De verdad pensaste que te iba a matar?"

Pero, frente a estos fenómenos inevitables en todos los ámbitos por los que colea nuestra idiosincrasia humana, se pueden ofrendar también muchos capítulos de decadencia, y los más corrientes pueden ser la crueldad psicológica, el patético sarcasmo, el alcoholismo crónico, y hasta un latente necesidad de acabar de una vez por todas, por medio del asesinato -aunque sea fingido- con ciertos aspectos de la sevicia que puede conllevar una convivencia matrimonial.
Una confidencia del joven profesor con su anfitrión, en el exterior de la casa y lejos de las mujeres, hablará, entre risas, de otro embarazo psicológico que le unió en matrimonio a una pareja con la que jamás deseó convivir.
                                                             
                                                                          Escapada nocturna
A fin de desligarse por unas horas del delirante manicomio doméstico creado por el matrimonio, se impone una escapada forzosa hacia la nocturnidad ciudadana, que desembocará en un baile febril en un bar ante la mirada destemplada de los esposos marginados. Finalmente, empujada por la bebida, también la joven visitante femenina se lanzará a una danza  enloquecida por el recinto provocando la inquietud de su marido.

Acto seguido se desatará una nueva escalada de violencia verbal y hasta física. Lacerantes reproches sobre la vulgaridad de cuantas situaciones se ven obligados a vivir absurdamente. La lengua viperina de la hembra y la del varón alcanzarán de nuevo las cotas más altas.








Es una obra muy de autor, bien dirigida por Mike Nichols, de caracteres fuertes, separados y unidos por las diversas fuentes de ese dichoso "love", siempre tan maltratado y mal comprendido, y que por mor de las intrigas nocturnas a que siempre puede mover un exceso de alcohol, acaba por empozoñar la existencia del más pintado.



¡Y como los tacos de la obra son de órdago, es mucho más aconsejable escucharla en inglés y deleitarse con los subtítulos! 


 


Burton y Taylor son mastodónticos, sus interpretaciones son de chuparse los dedos. Ella ganó el Oscar, ¡él no!, pero se lo merecía con creces. George Segal y Sandy Dennis, los dos invitados, que, sin pretenderlo, se convierten en víctimas de la "leonada" situación que esgrimen Mr. Burton y Mrs. Taylor, salen del lío como pueden, pero con cierto tufillo a podrido también. (La Dennis con Oscar incluido)

Finalmente, "Who's is Afraid of Virginia Woolf? ¡Ambos, y su insoportable convivencia!









Pese al amargo sabor de boca con que la obra nos deja, hay que verla con indulgencia, y como niños que no entienden a sus mayores.









La música de Alex North es sensacional.