domingo, 2 de diciembre de 2007

Los ojos dejan huellas


José Luis Saenz de Heredia se supera a sí mismo en una época en la que hacer cine de calidad (dada la férrea censura impuesta por el régimen franquista y la escasez de medios) resultaba poco menos que imposible. A pesar de todo, fue un gran director. El hombre se conocía al dedillo el buen cine que se hacía en otras latitudes. Pudo haber sido nuestro Fritz Lang o Robert Siodmak. 





Heredia se vale del magnífico actor italiano Raf Vallone, y lo convierte en un perdedor cínico y desencantado, como cualquier hijo de la posguerra española, expulsado de la abogacía y ahora vendedor de perfumes Y Vallone se toma a pecho el personaje, componienedo a la perfección las exigencias del protagonista, al tiempo que asistimos a la visión de un Madrid oscuro, sucio y tristón, perfecto para un thriller. Es en efecto, un auténtico film maldito de cine negro español, con una ambientación que también nos recuerda al cinéma noir francés y no menos naturalista de Marcel Carné, como fue su "Thérèse Raquín" de 1953, en la que Vallone, junto a una sublime Simone Signoret, demostraría ya su valía extraordinaria para el thriller europeo. Y el gran  Heredia (culto y cinéfilo por todos sus poros) lleva a cabo una puesta en escena de tintes casi patéticos e inquietantes que recaen desde un principio sobre el protagonista Martín Jordán  (Vallone), que arrastra un oscuro pasado fracasado, probablemente debido a la guerra civil, y lo convierte en un hombre violento y ambicioso, con una riqueza de detalles propias de un cineasta de fuste. El magnífico director español mantiene así, sobre las espaldas de Jordán, (entre otras secuencias  apetecibles como la presencia de un joven Fernando Fernán Gómez en su cometido de agente policial Diaz) todo el armazón dramático y criminal del film. El cineasta madrileño opta por otorgar a la cinta de una fotografía limpia y académica en blanco y negro, ataviada de los mejores encuadres  expresionistas, a lo Fritz Lang, en las secuencias de mayor tensión psicológica,
 
Consigue así un dibujo milimétrico del duro carácter con que se deja retratar la enorme labor interpretativa de Vallone. La película brilla también con especial atractivo en la casi innecesaria reconstrucción de ese ambiente arrabalero madrileño que observamos en la primera media hora en que se va a desarrollar la trama (el resto rodado en estudios). Y como en otros films de Heredia que lograron despistar a la despiadada censura franquista, lo convierte en una historia excepcionalmente amoral en la que tampoco falta un acertado tratamiento promiscuo de la malparada sexualidad de una españolísima época nuevamente oscurantista.

 

Las apariciones de la inolvidable acrtriz que fue Emma Penella, juvenil y guapísima, ofreciendo también el retrato, limpio y duro que dosifica el carácter casi desvalido pero fuerte de la mujer capaz de enfrentarse al mundo nuevo, perverso y cargado de frustraciones de la época de posguerra que le toca vivir, ahora medido además con el desamor del hombre al que ama, cuantifican su personaje de Lola con una interpretacion de auténtico lujo, rezumando esplendidez en todas sus intervenciones junto al inicialmente desmoralizado y desfavorecido Jordán. Éste, como no podía ser de otra manera, cuando la ocasión se presenta ante él, acabará convirtiéndose en uno de los muchos oportunistas que propiciara la posguerra, dejando tras de sí, como ya se indicó, cualquier tipo de ética en sus actos poco amables. Y por todo ello, no dudará en perpetrar un perfecto asesinato a fin de conseguir ambicionados objetivos a la vista en la persona de Roberto Ayala (Julio Peña), un juerguista nocturno, alcohólico, snob, infiel y adinerado, de cuya siempre traicionada esposa Berta (Elena Varzi), acaba enamorándose Jordán, tras ayudar al bebedor Ayala a regresar a su casa de lujo y conocer allí a su bella pero inquietante mujer. 

 

La culminación de la película no tiene nada de indulgente, sino que, agravado por la moralina de la esposa fiel al marido juerguista y snob (seguramente impuesto por el dictatorial clero católico ) convierte (o casi estropea) el desenlace muy correlativo al "Dios se la dé". Es por tanto un final despiadado, y como dijo algún crítico "curial", ajeno a toda esperanza de rendención como castigo para el enamorado asesino Martín Jordán. ¡Una pena!. Pese a todo, nos hallamos ante una de las muestras de cine negro español más geniales del gran José Luis Saenz de Heredia.





                      ¡Más de uno se llevará una sorpresa!